Connect with us

Atlántica XXII

¿Qué sería del Museo del Queso de Morcín?

Cultures

¿Qué sería del Museo del Queso de Morcín?

El Museo de la Lechería y el Queso de Morcín pasará a la historia sin ser inaugurado. Foto / Imanol Rimada.

El Museo de la Lechería y el Queso de Morcín pasará a la historia sin ser inaugurado. Foto / Imanol Rimada.

El Museo de la Lechería y el Queso de La Foz de Morcín es un fantasma que nunca se inaugurará y una dolorosa muestra del fracaso de las medidas de reactivación aplicadas en las cuencas mineras tras el cierre de los pozos. Las obras costaron un millón de euros de fondos mineros y terminaron hace diez años, pero el edificio no sirve para el uso previsto y se le busca otro. Goteras, oxidaciones e inundaciones dan fe de su progresivo deterioro.

Rafa Balbuena / Periodista.

El concejo de Morcín, paradojas de la vida, se ve forzado a mirar hacia atrás para intentar salir adelante. Enterrada la explotación de la hulla y con el queso afuega’l pitu como producto artesanal local por antonomasia, este municipio de la montaña central es todo un ejemplo de lo que cuesta ser a la vez cuenca minera y medio rural en la Asturias del siglo XXI. Esa dicotomía, la de tirar del pasado para intentar encarrilar el futuro, se da además de bruces con un presente enquistado e inmovilizado. Una vía muerta en toda regla, que encarna el paralizado Museo de la Lechería y el Queso de La Foz: casi diez años cerrado, sin dotación ni financiación de contenidos. Y con un deterioro patente que, sin haber sido siquiera inaugurado, mantiene el equipamiento inutilizado. Un fantasma del pasado minero que, como un trasunto del famoso cuento de Dickens, ni soluciona las dudas del presente ni ahuyenta los espectros del futuro. La versión moderna de una fábula clásica, en suma, donde la falta de planes y de visión convierte en problema lo que se vendió como solución.

Algo parecido debió de discurrir por alguna mente del Principado allá por 2001, atendiendo a la degradación laboral y económica que ya se manifestaba sin tapujos en zonas como las Cuencas o el Occidente. Fue por entonces cuando empezó a generalizarse la fabricación de activos turísticos en núcleos industriales y rurales con atractivo paisajístico –o incluso sin él–, echando mano de algún recurso arquitectónico, histórico o cultural aprovechable. Previa remesa de inversiones en infraestructuras, inmuebles y equipamientos, lógicamente.

Muerta la minería del carbón por la vía de la reconversión, y en medio de la fase galopante de desmantelamiento y emigración en la que se hallaban inmersas las cuencas del Nalón y el Caudal, el antiguo pozo hullero de Monsacro dejaba en La Foz de Morcín el mismo paisaje terminal que hoy define concejos enteros como Mieres, Langreo, Laviana o Aller: ruinas industriales a base de castilletes, bocaminas, chimeneas, lavaderos o naves vacías. Esqueletos de ladrillo, hormigón y acero que en sus mejores tiempos alimentaban a casi el 85% de los trabajadores locales. Todo en medio de una desesperación latente ante problemas acuciantes de paro, despoblación y ante un futuro negro –y no a base de carbón, precisamente– que llamaba a la puerta, y que hoy certifica la caída en picado de los índices de población, tanto activa como residente, en municipios como el morciniego.

Una década de puertas cerradas

Echando la vista atrás, una tendencia constante en los Gobiernos socialistas asturianos a partir de 1999 ha consistido en crear y dotar de museo etnográfico o cultural a cualquier concejo susceptible de tenerlo. O, en su defecto, de la correspondiente aula de interpretación de algún recurso natural, histórico o artístico. Morcín, además de pasado minero, cuenta con una amplia tradición ganadera y quesera, hasta el punto de que una de sus variedades autóctonas, el referido afuega’l pitu, fue tras el Cabrales el primero de los derivados lácteos asturianos en obtener la etiqueta de Denominación de Origen, en 2003. Diez años antes, en 1993, ya se había creado la Asociación Amigos de los Quesos a instancias del Ayuntamiento y la Hermandad de La Probe, y ese mismo año abrió su primera sede el Museo Etnográfico de la Lechería y el Queso, ubicado entonces en un pequeño edificio de 270 metros cuadrados.

Once años más tarde se aprobó dar un paso a lo grande y en 2006, a instancias de las Consejerías de Industria y de Cultura y con financiación procedente en su mayoría de los Fondos Mineros, se anunciaba a bombo y platillo la licitación y comienzo de obras de un nuevo equipamiento para el museo, aprovechando el antiguo cargadero de hullas del Pozo Monsacro, en las afueras de La Foz. Un enorme bloque de hormigón de 1.136 metros cuadrados en desuso, cuyo futuro estaba entonces llamado a ser una ruina fantasma. Justo lo mismo que sigue siendo ahora, otros diez años después, sin uso tras invertir un millón de euros en los trabajos de obra, con el interior sin equipar, en un estado de conservación deficiente y sin medios para su puesta en marcha.

El interior de la instalación lleva años deteriorándose. Foto / Imanol Rimada.

El interior de la instalación lleva años deteriorándose. Foto / Imanol Rimada.

Una visita al recinto da una idea de como están las cosas al respecto. El solar de entrada, lleno de escombros y con aspecto de vertedero, está cerrado por una valla perimetral cuyos carteles advierten: “Prohibido el paso a toda persona ajena a la obra”. A pesar de estar terminada, tales avisos inducen a pensar justo lo contrario, igual que la acumulación de material que rodea el exterior desde hace varios años. A este respecto, en algunas remesas de ladrillo que se apilan en el exterior, todavía sin desembalar y presumiblemente abandonadas, pueden leerse etiquetas que marcan: “Fabricado en 2009”. Cosa extraña, puesto que los trabajos concluyeron formalmente en noviembre de 2008.

La dotación de equipamiento interior quedó en suspenso a partir de este momento, cuando ya eran conocidas las discrepancias existentes entre la dirección del proyecto, coordinada por el arquitecto luarqués Félix Gordillo, y la empresa OCA Construcciones y Proyectos, encargada de ejecutarlas. Gordillo ya había dirigido proyectos similares de diseño o adaptación para recintos parecidos como el Museo del Pan en Vegadeo, el centro de Artesanía de Taramundi o el aula de interpretación de la Colegiata de Teverga. OCA, por su parte, ha sido adjudicataria de proyectos como la ZALIA o los accesos al nuevo Hospital Central de Asturias, y su presencia en el BOPA es igualmente frecuente a la hora de constar en procesos de licitación o ejecución de trabajos de esta clase.

Con todo, y a pesar de constantes anuncios de apertura inmediata, los meses pasaron y el desierto Museo del Queso permanecía tal cual estaba. En ese momento ya se detectaron goteras y otras deficiencias estructurales que enfrentaron al arquitecto con la empresa adjudicataria de la obra, y Jesús Álvarez Barbao, actual alcalde socialista de Morcín, reconoce abiertamente a este respecto que “hubo mala relación dentro del equipo casi desde el principio, lo que nos perjudicó claramente”.

Peor aún fue el proceso de dotación de contenidos para llenar el Museo. Invertido un millón de euros en una obra mal resuelta, Barbao añade que “teníamos 800.000 euros de la Mesa de la Minería destinados al proyecto museístico y museográfico, pero nos quedamos sin esa partida por el recorte de Fondos Mineros de 2012”. Esta situación se prolongó “con el gobierno de Foro, que no llegó a aprobar los presupuestos”, y a partir de ahí, se detuvo toda inversión.

Para completar el desastre, desde 2012  han ido acumulándose nuevas inundaciones, roturas, oxidaciones y otros deterioros sobrevenidos dentro del antiguo cargadero, algo no precisamente deseable para un complejo museístico. Sin dotación de contenidos y vacío, el recinto acusa precariedad y recuerda lo ocurrido en el Museo del Hórreo del concejo vecino de Ribera de Arriba, que sufrió aparatosos desperfectos a causa de la lluvia y de una mala planificación tras permanecer varios años cerrado desde su entrega en 2008 (cabe destacar que en sus proximidades hay hórreos que datan del siglo XVII, y que a día de hoy permanecen en perfecto estado a pesar todo lo que ha llovido). Pero al menos ese museo ubicado en Bueño acabó abriendo y ahora acoge visitas.

Mientras tanto, las dos Consejerías del Principado que promovieron la obra “nos dan la negativa a las ayudas que solicitamos”, lamenta Barbao, quien admite que “si no se planteaba ayudarnos en este tipo de proyectos, no se nos debía haber permitido hacerlo”. Y asegura que su equipo de gobierno está decidido “a darle un uso nuevo al recinto, no dejarlo solo para el Museo”.

Usos compartidos

El fracaso del modelo concebido hace ahora doce años busca ser subsanado “cediendo espacios para que hagan uso de ellos entidades locales como la Hermandad de la Probe o la Cofradía de los Nabos” o utilizando estancias destinadas a documentación y a actividades didácticas “para celebrar conferencias culturales o reuniones vecinales, pero no ciñéndonos solo a la leche y el queso”, afirma el regidor.

Barbao asume definitivamente que la idea original del museo ya no podrá llevarse a cabo, pero entiende que “tenemos que lidiar con ello y ya no podemos desentendernos de la inversión, hay que aprovechar estos recursos y rentabilizarlos de algún modo”. Para más inri, la fama del queso afuega’l pitu recae ahora en otros concejos con mayor superficie de pasto y más empresas lácteas, como Pravia o Salas, cuya producción de esta variedad quesera se lleva la palma tanto en ventas como en repercusión mediática. “Es cierto, hasta hace poco teníamos una importante quesería aquí, que luego cerró, volvió a abrir…”, confirma Barbao, añadiendo con cierta esperanza que como producto artesano “confío en que Morcín no se deje quitar esa bandera que representa el afuega’l pitu”.

De momento, son ya diez años los que el “nuevo” Museo de la Lechería y el Queso lleva en este estado de anquilosis, sin que desde entonces haya tenido utilidad, contenidos ni rendimiento. Sin contar con la sombra de ruina que se cierne sobre él tanto por el abandono como por el deterioro y las deficiencias en la obra. Un fósil de la etapa hullera hoy cerrado a cal y canto, cuyo futuro, en el mejor de los casos, deberá compartir con su uso como centro social.

Mientras tanto, las únicas empresas que le rodean son el chigre del pueblo, el viejo economato de Hunosa –con un futuro más incierto aún– y las instalaciones de la citada fábrica de quesos. El corolario burlón a toda esta situación lo pone una señal indicadora a la entrada de La Foz, rota no se sabe bien si por casualidad o con toda intención, que quita las dos letras finales a la palabra “quesería” mientras apunta hacia el museo fantasma, como si estuviese preguntando macarrónicamente “¿Qué ser?”. El sarcasmo, en fin, es hasta ahora la única respuesta a esta prolongada serie de incógnitas.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 44, MAYO DE 2016

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Cultures

Último número

To Top